CULTURA Y NEUROSIS (1/3)

 (Principio de Competencia)

Por Cinthya Trejo y Fernado Arrieta
         El análisis de todo individuo ofrece siempre nuevos problemas, inclusive para el analista de mayor experiencia. En cada paciente se enfrenta con dificultades  que  nunca  vio  antes,  con  actitudes  difíciles  de  reconocer  y aún más de explicar, con reacciones muy distantes de ser transparentes a primera vista. Semejante variedad en los casos no nos sorprenderá si recordamos  la  complejidad  de  la  estructura  del  carácter  neurótico,  y  si  tomamos  en consideración los múltiples factores implícitos. La diversidad de herencia y  las  diferentes  experiencias  que  una  persona  ha  sufrido  en  su  vida, particularmente en su infancia, producen casi ilimitadas variantes en la combinación de los factores involucrados.
           No  obstante  todas  estas variaciones individuales, los conflictos básicos alrededor de los cuales se organiza una neurosis prácticamente son siempre los mismos,  y  por  lo general  también  son  similares  a  aquellos  a los que  está  sometido  todo individuo  sano  de  nuestra  cultura.  Quizá  sea  banal  insistir  en  la imposibilidad  de  establecer  una  distinción  neta  entre  lo  neurótico  y  lo normal, pero convendrá señalarlo una vez más, pues muchos lectores, ante los conflictos y las actitudes que observan en su propia experiencia, podrán preguntarse a sí mismos: «¿Soy neurótico    o no?».
       Habiendo reconocido así que los neuróticos de nuestra cultura se hallan dominados por los mismos conflictos subyacentes que, si bien en menor grado,  sufre  el  individuo  “no neurótico”,  nuevamente  nos  encontramos  ante  la cuestión de ¿qué condiciones de nuestra cultura son  responsables  de  que  las  neurosis  estén  centradas  en  torno  a  dichos conflictos y no a otros cualesquiera?




         El principio de la competencia individual es el fundamento económico de la cultura moderna. El individuo aislado de un entorno de oportunidades justas o al menos igualitarias, debe luchar con otros individuos del mismo grupo, procurando superarlos y, muchas veces, apartarlos de su camino. La ventaja de unos suele significar la desventaja de otros, y como  consecuencia  psíquica  de  esta  situación  se establece  una  difusa tensión  hostil  entre  los  individuos.  Cada  uno  es  el  competidor  real  o potencial  de  todos  los  demás,  situación  que  claramente  se  manifiesta entre   los   miembros   de   un   mismo   grupo   profesional,   tengan   o   no inclinación a la decencia en sus actos, compitan abiertamente o lo disfracen con una amable deferencia  hacia  los  otros.  No  obstante  ha  de  destacarse  que  la competencia,  y  la  hostilidad  potencial  que  ésta  encierra,  saturan  todas las relaciones humanas y constituyen, por cierto, factores predominantes en los contratos sociales. Dominan los vínculos entre hombre y hombre, entre  mujer  y  mujer, y claro está entre mujer y hombre,  y coartan  profundamente  la  posibilidad  de  crear amistades o interacciones afectivas sólidas, sea su objeto la popularidad, la competencia, el don de  gentes  o  cualquier  otro  valor  social.  

        Perturban asimismo las relaciones románticas, no sólo en lo atinente a  la  elección  de  la  pareja,  sino  en  la  lucha  con  ésta  por  alcanzar  la superioridad.  Saturan  también  la  vida  escolar,  y  lo  que  acaso  sea  de mayor significado, minan la situación familiar, de modo tal que, por lo común, se le inocula al niño este germen desde el comienzo mismo de su vida. La rivalidad entre padre e hijo, madre e hija y entre hermanos no es un   fenómeno   humano   general,   sino   una   respuesta   a   estímulos culturalmente  condicionados.  Uno  de  los  relevantes  méritos  de  Freud consiste  en  haber  descubierto  el  papel  de  la  rivalidad en Ia familia, expresándolo  en  su  concepto  del  complejo  de  Edipo  y  otras  hipótesis similares.  Cabe  agregar,  empero,  que  esta  rivalidad  no  se  halla,  a  su vez,  biológicamente  condicionada;  antes  bien,  deriva  de  circunstancias culturales determinadas, y, además, que no sólo la situación familiar es susceptible  de  desencadenar  la  rivalidad;  pues  asimismo  los  estímulos de competencia obran desde la cuna hasta la tumba.
          Como primer factor desencadenante encontramos esta tendencia competitiva entre individuos. Que más que conscientes de su posición jerárquica, la sufren, la padecen y se compadecen de tenerla, arguyendo uno o muchos motivos, desde la inequidad (real) hasta el infortunio (pensamiento irreal). Lo cierto es que al final, su posición social, juega un papel cultural que se le escapa de las manos, está ahí, con un rango de movimiento limitado, sin mucho que a primera vista pueda hacer para escapar de su escalón social, o para evitar que alguien más quiera (o desee) lo que él tiene.
No vive tranquilo, no disfruta lo inescrutable de su rol en el mundo, y mucho menos deja de compadecerse de poder obtener lo que quiere (o desea). Y es ahí cuando un gran conjunto de desdichas se ciernen sobre el individuo, la neurosis hace su aparición como un resumen de su fracaso al intentar conseguir la realidad ideal que sus impulsos libidinales le plantearon y que hoy no solo se ve lejana, sino imposible.
Parte 1 de 3.

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PÁGINAS DE INTERES

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Personalidad y enfermedad

 

Personalidad y enfermedad

Recopilación Equipo CAPAS

La Personalidad (conjunto de características físicas y mentales que hacen a un indivíduo único, y que se manifiesta en la conducta) tiene una influencia determinante en el estado de salud, en la medida en que engloba el temperamento (conjunto de rasgos motivacionales y afectivos determinados genética o congénitamente), el estilo perceptivo y cognitivo, y las vivencias emocionales.
En realidad, desde una perspectiva global del ser humano, es mucho más adecuado centrarse en la idea de enfermo que de enfermedad. Mientras que las enfermedades son entidades más o menos abstractas, un enfermo es una persona que tiene (o supone que tiene) un determinado trastorno físico (o mental), respecto al que tiene una mayor o menor «responsabilidad».
En la inmensa mayoría de los casos (exceptuando trastornos genéticos o congénitos), una enfermedad no se «declara» porque sí, no nos sobreviene como una desgracia sin sentido producto de la «fatalidad». La enfermedad tiene un sentido, un significado, una razón de ser, su presencia es coherente con la biografía y personalidad del que la desarrolla.
Somos responsables de nuestra Salud, y nuestra Salud se va conformando en el día a día, con lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Desde el año 1959, se vienen desarrollando estudios que tratan de demostrar la relación de diversas enfermedades con distintos tipos de personalidad:

Personalidad tipo A (Friedman y Rosenman, 1959)
Personalidad tipo B (Friedman y Rosenman, 1959)
Personalidad tipo C (Morris y Greer, 1980)
Personalidad tipo D (Denollet y Brutsaert, 1997/8)


 

Personalidad tipo A

Agresivo
Es irascible, hostil, tenso, irritable, la situación más nimia puede provocar en él una agresividad exagerada, que generalmente se expresa en conductas como desvirtuar el éxito de los demás, quitarle valor al trabajo de otros, desacreditar sus ideas, o negarles atención o ayuda. También se pueden dar casos de violencia física.
Es problemático, dominante, autoritario, tiende a ocultar sus propias deficiencias culpando o descalificando a otras personas.
Hiperactivo
Es enérgico, impulsivo, hace muchas cosas en poco tiempo, y, si es necesario, más de una actividad a la vez, su tono de voz es alto.
Es apresurado, siempre tiene prisa, lo hace todo rápido (habla comiéndose las palabras, come sin masticar bien, conduce el coche a gran velocidad), es inquieto, impaciente, vive con una sensación de pérdida de tiempo los momentos de ocio y descanso, le falta siempre tiempo para todo, apresura a los demás en la conversación, no le gusta nada que le hagan esperar.
Ésta vida a contra reloj, como si se le fuera a terminar el tiempo en cualquier momento, y que él mismo se impone, es uno de los aspectos autoestresores de ésta personalidad.
Su alta productividad es más de cantidad que de calidad, puesto que, en su constante prisa, puede cometer muchos errores y casi no tiene tiempo de darse cuenta de los mismos, o de analizar problemas y buscar soluciones.
Competitivo
Es ambicioso, obstinado, busca triunfar, sobresalir, está en una constante competición con los demás.
El trabajo es fundamental en su vida, en él se muestra totalmente responsable y comprometido, pudiendo trabajar, si lo viera necesario, largas horas sin descanso. En el trabajo centra su motivación de logro, prefieriendo la promoción laboral a un aumento de sueldo. Le cuesta delegar responsabilidades o tareas en otras personas. Para él lo ideal es hacerlo todo él mismo.
Se centra más en el rendimiento y los resultados finales que en el placer de la actividad mientras se realiza.
En el mundo exterior al trabajo puede ser muy negligente y descuidado, hasta el punto de que su forma de ser lo hace propenso a accidentes.
Egocéntrico
Se considera el centro de atención, el ombligo del mundo, sus propias opiniones e intereses son los más válidos e importantes.
No es capaz de ponerse en el lugar de los demás, y resulta interesado, presuntuoso, egoísta, narcisista, endiosado, creído, y con un constante afán de protagonismo.
Su poca empatía, su forma de ser en general, junto con sus pocos intereses, hace que tenga muy pocas relaciones sociales fuera del trabajo.
Frío
Tiene un pensamiento rígido y concreto, con ausencia de fantasías. Sus recuerdos suelen girar en torno al trabajo y logros, mostrando desinterés por otros aspectos de sí mismo o de su pasado.
Tiene dificultad para conocer y expresar sus emociones y sentimientos, resulta insensible y duro. Se da mucho en profesionales sanitarios…
Inseguro
Tiene una baja autoestima, su valor personal depende de sus logros, por lo que, a la vez que se exige mucho a sí mismo y trata de probarse contínuamente emprendiendo numerosas tareas, tratando de destacar y triunfar en todas ellas, tiene un gran temor al fracaso.

Enfermedades asociadas

Es una personalidad autoestresora, muy propensa al estrés. Perciben los factores estresantes como acciones en su contra y no como oportunidades para un cambio.
Trastornos cardiovasculares: hipertensión y enfermedad cardíaca.
Tanto la ira reprimida, como la irascibilidad y la hostilidad abierta (o mal humor), dan lugar a una serie de respuestas cardiovasculares y neuroendocrinas que contribuyen al desarrollo de hipertensión y enfermedad coronaria.
El patrón tipo A es un factor de riesgo que actúa junto a otros, como puedan ser el tabaquismo, la hipertensión, un nivel alto de colesterol LDL, o los trastornos de ansiedad. Alguno de estos factores (o todos) suelen darse asociados a la personalidad tipo A. Una persona con patrón A de conducta tiene 2,5 veces más posibilidades de desarrollar una angina de pecho o un infarto de miocardio).
Un estudio de Barefoot, Dahlstrom y Williams (1983) mostró que las personas que puntuaban por encima de la media en la escala de hostilidad tenían un promedio de mortalidad 6,4 veces más alto que los que puntuaron por debajo de la media.


Personalidad tipo B (opuesta a la Personalidad tipo A)

Relajado
Es asertivo, expresa lo que piensa y siente, también las emociones negativas, de una forma adecuada y no agresiva.
Tranquilo
Es raro verlo con prisa, disfruta de lo que hace y se toma su tiempo; si se retrasa, se lo toma con calma y no se estresa. Se siente a gusto concentrándose sólo en una idea o actividad.
Se acuesta tarde, disfruta de la noche, le encanta dormir hasta tarde, en su tiempo libre participa en actividades recreativas y deportivas. Parece que sus días tienen más horas que los de los demás.
Lleva una vida muy regular y tranquila, no se perturba fácilmente por lo que ocurre a su alrededor. A menudo se detiene para evaluar sus logros y analizar sus actividades.
Satisfecho
Se siente a gusto consigo mismo, por lo que no tiene necesidad de competir ni de sentirse superior a los demás. Acepta la vida tal como es, deja que las cosas sigan su curso. Le interesa más que nada su bienestar personal.
Aunque sean más lentos, la óptima calidad de su trabajo, y su creatividad, hace que consigan puestos y reconocimientos más altos. Algunas investigaciones afirman que los ejecutivos top tienden a ser personalidades tipo B.
Empático
Sabe escuchar, es capaz de olvidarse de sí mismo y ponerse en el lugar del otro.
Cálido
Es agradable, de temperamento templado, hace sentir bien a los demás, proyecta mucha calma.
Seguro de sí mismo
Tiene una gran autoestima, confía mucho en sí mismo, transmite poca ansiedad.

Enfermedades asociadas

Es la personalidad ideal para mantener la salud y evitar la enfermedad, es un factor protector respecto al estrés y los trastornos de ansiedad. Perciben los factores estresantes como oportunidades para un cambio.


Personalidad tipo C

Inhibido (inhibición emocional)
Es inhibido emocionalmente, no asertivo, controla las expresiones de hostilidad y de todo lo que pueda suponer entrar en conflicto con los demás. Es una persona que no se autoafirma y que tiende a la sumisión.
Su gran dificultad para expresar agresividad, y otras emociones negativas, contrasta con un exceso de expresión de emociones positivas como amor, solidaridad o amabilidad. Le importa mucho agradar, caer bien, suele ser muy amable, y la primera impresión es la de una persona carente de problemas y deseosa de ayudar, suprimiendo sus propias necesidades en favor de las de las otras personas.
Es consciente de su tendencia a guardarse la ira dentro, pero no puede evitarlo, y tiende a ignorarla y suprimirla, sin llegar a procesarla correctamente y sin resolver la causa que la originó.
Cuando no existen acontecimientos especialmente estresantes, las buenas relaciones sociales parecen compensar la tensión interna que supone ignorar sus necesidades. Sin embargo, el contínuo bloqueo emocional llega a tener consecuencias negativas para la salud, sobre todo cuando se inhiben sentimientos que son consecuencia de situaciones muy injustas o estresantes. Puede empezar a sentirse deprimido, siendo esta depresión consecuencia de una acumulación de energía emocional no expresada.
Pasivo
Es introvertido, obsesivo, le cuesta iniciar cualquier cambio en su vida, tiende a repetir una y otra vez sus hábitos y a mantener su misma forma de vida. Su falta de iniciativa se expresa igualmente en las relaciones sociales, donde se siente cómodo como seguidor de un líder o de un grupo.
Indefenso
Reacciona con desamparo e impotencia ante los acontecimientos estresantes, por lo que está muy predispuesto a la depresión.
Conformista
No se gusta a sí mismo, le gustaría ser de otra forma, hacer otras cosas que las que hace o conseguir algo que no tiene, pero no tiene la confianza en sí mismo, ni la energía necesaria, para conseguirlo. Siempre se está quejando de algo pero nunca cambia, siempre es el mismo.
Complaciente
Desea agradar a los demás, conseguir la aprobación social, no sabe decir que no, es muy cooperador, y es frecuente la pertenencia a un grupo (filiación).
Inseguro
La falta de congruencia entre lo que siente y lo que expresa supone una tensión interna y una falta de fluidez en la personalidad. Tiene una imagen pobre de sí mismo.

Enfermedades asociadas

Reuma, infecciones, alergia, afecciones cutáneas, cáncer.
La depresión y los sentimientos de indefensión han sido relacionados de forma consistente con el cáncer, por ejemplo con el desarrollo de cáncer de mama y melanomas.


Personalidad tipo D (de distress = angustia)

Inhibido (inhibición social)
La inhibición social es la tendencia a inhibir emociones negativas y conductas en la interacción social, unida a una tendencia a mantenerse distanciado de los demás, y a una falta de apoyo social percibido.
Se siente tenso e inseguro en presencia de otros, tiene poca asertividad, escasas habilidades sociales y tiende a la evitación de situaciones.
Negativo (afectividad negativa)
La afectividad negativa es la tendencia constante a experimentar emociones negativas.
Se siente infeliz a menudo, tiene una visión negativa de sí mismo, es pesimista, depresivo, está siempre preocupado por algo, angustiado, de mal humor, se irrita con facilidad y tiene una tensión interna crónica.
Prestan una atención especial a estímulos negativos. En tiempos de Franco, quizás fueran asiduos lectores del periódico «El Caso», plagado de morbo y crímenes (que fue un fenómeno de ventas durante la dictadura…).

Enfermedades asociadas

La personalidad tipo D predispone a padecer depresión y ansiedad.
Tanto inhibición social, como afectividad negativa, actúan por separado produciendo trastornos cardiovasculares (hipertensión y enfermedad cardíaca), pero la combinación de ambas potencia mutuamente sus efectos y se multiplican los riesgos.
Es un predictor de la mortalidad a largo plazo por trastorno cardiovascular. En las investigaciones originales de Denollet se encontró una mortalidad del 23% en pacientes con personalidad tipo D y del 7% en pacientes con otros tipos de personalidad, en un estudio de seguimiento de seis años en pacientes con trastornos cardiovasculares.
Según Angelique Schiffer, investigadora del departamento de Psicología Médica de la Universidad de Tilburg, Holanda, y coautora de trabajos realizados junto con Denollet sobre este tema, mientras la persona con depresión tiene más riesgo de sufrir un infarto agudo de miocardio, el paciente con personalidad tipo D es más propenso a los trastornos crónicos del aparato circulatorio:
– De una población de personas hipertensas estudiada por los expertos, el 53% resultó coincidir con el perfil descrito como D
– La prevalencia de esta personalidad en la población general va del 13 al 24%, según los estudios, por lo que es significativo que entre las personas con cardiopatías isquémicas haya habido de un 25 a un 36% de pacientes tipo D
– También se ha encontrado la personalidad tipo D entre el 24 y el 45% de las personas con arritmias, en el 35% de los que tienen problemas en las arterias periféricas y en el 30% de los trasplantados de corazón
La úlcera péptica parece también muy relacionada con la personalidad tipo D.

Estas personalidades, que asemejan algo así como caricaturas de formas de ser, son una aproximación de concreción del hecho general de que la enfermedad tiene mucho que ver con la personalidad de quien la padece. Pero, en realidad, personalidades hay tantas como personas… De hecho, usted se habrá visto reflejado en características de más de una de estas 4 personalidades prototípicas (a pesar de lo cual, tras un ligero ejercicio de introspección, es posible que se identifique más con 1 de ellas).

Habría que considerar estas construcciones psicológicas como referentes generales, y focalizar nuestra atención en características concretas de personalidad que sean potencialmente patógenas (les propongo 6):
Irascibilidad expresada (tendencia a relacionarse con los demás de forma agresiva u hostil)
Hiperactividad, debida a una excesiva autoexigencia, y a un afán competitivo (hacia los demás y con uno mismo), que enraiza en una baja autoestima, y que hace vivir una continuada tensión
Indefensión (sentimiento de impotencia y desesperanza ante acontecimientos estresantes)
Inhibición de emociones negativas (exceso de expresión de emociones positivas, respecto a los verdaderos sentimientos, y gran dificultad para reconocer y expresar las emociones negativas, especialmente la ira, y las propias necesidades)
Afectividad negativa (tendencia a estar angustiado, a preocuparse, al pesimismo, y a estados de infelicidad o depresivos)

Alexitimia

Es la incapacidad para reconocer y expresar emociones (la palabra es de origen griego, y significa, literalmente, «sin palabras para las emociones»).

La falta de conexión con su mundo emocional produce toda clase de somatizaciones: herpes, eccemas, alteraciones gastrointestinales, dolores de cabeza, mareos, fibromialgia, lumbalgia, opresión en el pecho, taquicardia, hormigueo en las manos, fatiga crónica, etc. Problemas físicos sin explicación física, que son un claro indicativo de que la persona tiene alexitimia: la deficiente «mentalización» de las emociones hace que la ansiedad, sin sentido, se exprese somáticamente.
La alexitimia es también terreno abonado para las adicciones (ya sean drogas físicas, o conductas adictivas como el trabajo, internet, el sexo, o las ludopatías), el fanatismo terrorista, la delincuencia, los actos violentos y, también, las depresiones, con gran disminución de la energía vital, o los trastornos del sueño.
Debido a que es una alteración bastante extendida en la población (7%), se considera un rasgo de carácter y no un trastorno. Es mucho más frecuente en hombres que en mujeres (5/1). En el caso del autismo, se presenta en el 85% de los casos.
El alexitímico no suele plantearse que tiene un problema, y sólo busca ayuda cuando tiene algún problema físico o conductual serio. La psicoterapia se basa en que aprendan a reconocer sus sentimientos y a expresarlos.

Un estudio de 10 años de duración realizado por científicos italianos del Instituto Nacional sobre Envejecimiento, y por especialistas en bioestadística de la Universidad de Michigan (análisis estadísticos de Gonzalo Abecasis y Wei-Min Chen), presentado en agosto de 2006, sobre una muestra de 6.148 personas de Cerdeña, genéticamente muy afines (el grupo estudiado es básicamente una familia gigante: un 95 por ciento de las personas tenían a sus cuatro abuelos nacidos en Cerdeña y una sola familia comprendía a 600 primos…), de edades comprendidas entre los 14 y los 102 años (la población de Cerdeña es una de las más longevas del mundo), que vivían en cuatro pueblos vecinos dentro de Cerdeña, no encontró relación entre la personalidad tipo A y las enfermedades cardíacas, en contradicción con la constante confirmación previa en los estudios anteriores…

Se analizaron 98 rasgos físicos y de conducta y se concluyó que todos tenían al menos un componente genético. La altura se determinaría genéticamente en un 80%, el colesterol en un 40%, sin embargo la influencia genética en la conformación de la personalidad se situaría alrededor de sólo un 15%. La personalidad se hace, se va desarrollando en la contínua interacción con el entorno y, por tanto, se puede modificar, desde una actitud intencional, en un proceso de  Psicoterapia.

Miguel Martin. (2014). Personalidad y Enfermedad. 27 de Julio de 2015, de Todo es Mente Sitio web: http://todoesmente.com/psicosomatica/personalidad-y-enfermedad

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LA SOCIEDAD Y EL PEZ BETTA

 

¿SE ASEMEJA LA RESPUESTA HUMANA A LA DEL PEZ BETTA?

Hace tiempo, en una de las prácticas de laboratorio que desarrolle mientras estudiaba la carrera de Psicología. Para la clase de Motivación y Emoción, nos pidieron trabajar con un Pez Betta.
El objetivo era entender la cadena de estímulos que llevaban a una conducta en específico, buscando a la postre modelos de condicionamiento. Pues bien, el pez betta tiende a reaccionar de manera agresiva ante la presencia de otro pez betta, fuera de eso es un pez que nada plácidamente. La cadena conductual genera que este estimulo ambiental (elicitante) produzca una conducta que si bien es instintiva y adaptativa, sale del contexto de conductas comunes en el pez, es decir es una conducta refleja.
Los seres humanos no hemos demostrado una manera muy distinta de comportarnos, si bien es más compleja, sigue los mismos principios.
Ante una modificación en el entorno, desarrollamos una conducta que se adapte, pero, al no poder prever los cambios que se avecinen ni de qué tipo serán, manejamos conductas reflejas que nos permiten tener un bagaje a disposición para adaptarnos más rápido.
Los estímulos, a través del ambiente, y entre conductas reflejas y voluntarias, modelan, dirigen y en gran medida producen la conducta de los organismos que habitan en dicho entorno ambiental.
Existe otro fenómeno, que ocurre cuando el otro pez betta, tiene exactamente la misma reacción que el primero, se conoce como retroalimentación. De este modo podemos hablar de movimientos «forzados» (taxias y quinesias) que ha de presentar el organismo.
Nuevamente recalcando las complejidades entre este ejemplo y el del ser humano, hemos de observar que la retroalimentación a la conducta presentada es también un reforzador que ha de propiciar o amainar la presencia en posteriores ocasiones de la respuesta que se dio ante el estímulo elicitante.
¿Somos los humanos, ante las crisis, de comportamientos muy distintos a los de los peces betta? En principio. Sin embargo hay semejanzas que vale la pena puntualizar.
La cuestión es que estamos acostumbrados, si bien no tanto como individuos sino como masa, a responder a los cambios en el entorno de manera refleja. Y ante la posterior adaptación terminamos obteniendo más o menos buenos resultados. Veamos como ejemplo las guerras mundiales, son pocos los países que argumentan que «deseaban» pelear la guerra, sea la primera o la segunda, y muchos defenderán su postura diciendo que «se les forzó a entrar en el conflicto» por un movimiento de tal o cual país.
Si el lector considera que estas fueron decisiones políticas no está equivocado, pero es preciso recordar el entusiasmo con que se apoyaba la propaganda bélica en las dos potencias de ambos ejes.
Afortunadamente tenemos también el ejemplo del lado positivo, pero que no por eso deja de ser un condicionamiento motivado por estímulos elicitantes que tiene como fin principal conseguir nuestra adaptación.
Cuando ocurre un desastre natural, y en ocasiones SOLO SI, ocurre dicho evento. Las sociedades se unen, apoyando a los damnificados y víctimas del sismo, huracán, inundación, etc.

 

El cambio en el entorno repentino es un estímulo (elicitante) que pareciera explicar el porqué de la respuesta inmediata (refleja) de altruismo. Mientras que fenómenos como la habituación, generan una concientización paulatina que no ha permitido respuestas semejantes ni proporcionales, ante problemas como la hambruna o la pobreza. Reitero no a nivel individuo sino a nivel sociedad.
Tenemos entonces dos elementos que deseo resaltar, en primer lugar el estímulo elicitante ha de ser espontaneo, evidente y en ocasiones radical. Y en segundo lugar, la motivación para tal o cual conducta que de él emerge ha de ser proporcional a su magnitud, en por ejemplo, intensidad, duración o alcance. Esta lógica ha permitido mantener sociedades «a raya» porque existe un factor desencadenante pero coherente entre las crisis que atraviesan y las respuestas que generan para salir de ellas. Y aquí hago énfasis ya que son contados los ejemplos en que las respuestas van encaminadas a evitar crisis, normalmente con salir de ella se considera una respuesta más que suficiente, salimos airosos de un charco en el que tropezamos solo para caer en el que se encuentra más adelante.
Comparando, de nuevo con reservas, el pez betta solo busca definir su posición ante el adversario, que es curiosamente, de su misma especie y a veces de su mismo color incluso. Sin mirar más allá, le agrede intentando alejarle, y si lo consigue, de momento «la tormenta» ya paso. Pero el otro pez betta casi absurdamente, ha de intentar lo mismo, manteniendo así la conducta en un estado cíclico de estímulos y respuestas que les estanca. Hasta que alguno cede.
Es aquí donde entra el ejemplo más común, porque las sociedades parecen ser «provocadas» por sus gobiernos o por los ajenos, con estímulos elicitantes que les forzarán a actuar (crisis), y porque las respuestas que se dan a dichas crisis parecieran estancar más la situación. Podemos entenderlo así, la sociedad ha de responder por reflejo (repentina y proporcionalmente) cuando perciba una cierta inestabilidad, buscando naturalmente adaptarse, sin embargo su gobierno o el extranjero, planteado y encapsulado por y para la sociedad también ha de generar una respuesta de igual magnitud buscando de igual manera adaptarse (retroalimenta la conducta social). Y este no es el final del ciclo, al contrario, es el inicio, ya que de nuevo la sociedad responderá ante la retroalimentación, y luego vendrá una respuesta del gobierno y así sucesivamente.
Cierro con estas dos conclusiones. Podemos entonces asegurar que no es la conducta del gobierno la que genera las respuestas que se han dado. No, ya que de cierto modo las acciones o inacciones del gobierno conforman una lista de estímulos elicitantes, motivadores de un sin fin de conductas. ¿Y ahora la pregunta que recae en nosotros, podemos asegurar que no estamos respondiendo a la retroalimentación del gobierno en vez de seguir la línea de acción inicial? Considero que la respuesta también es no, hemos caído en un juego, y solo habrá un vencedor. No respondemos al primer estimulo elicitante, sino a la retroalimentación que vemos. No nos estamos adaptando a la crisis si no a las respuestas más o menos adaptativas que el otro (el gobierno) da ante la crisis. He de aclarar que el porcentaje de éxito de los peces beta es mínimo. Y quiero pensar que el de la sociedad seguirá el mismo camino.

 

Si mantenemos la línea que nos estimula y nos motiva a reaccionar como meros actos reflejos para adaptarnos, como meras respuestas condicionadas ante las crisis, hemos de terminar respondiendo ante nuevos y cada vez más complejos métodos de retroalimentación. La sociedad perdería el «camino» que guió como origen el reclamo, la movilización o la acción civil.
Podemos plantear que quiza hay más miembros de la sociedad capaces de identificar sus propias motivaciones, de buscar su propia adaptación sin esperar a que el gobierno responda para ver con qué cara despertamos mañana.
Quiero creer, quizá por un momento solamente, que no somos solo como los peces beta, respondiendo por instinto.

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El embarazo adolescente en la sociedad urbana.

 ¿Estamos haciendo del embarazo adolescente un protocolo social? 

Por Fernando A. L.
     El embarazo adolescente en, por ejemplo, comunidades rurales en México, se encuentra permeado por las líneas de comportamiento tradicionales y de usos y costumbres, además de que hasta hace poco tiempo (1999) el desarrollo en la vida de una mujer y de un hombre en estas comunidades saltaba de la pubertad a la vida conyugal, el establecimiento de la jerarquía mayor o menor de las mujeres dentro del grupo dependiendo de su maternidad hacía que el ser madre fuera un proceso casi deseable, si no es que inevitable. Comenzaban a integrarse rasgos sociales muy específicos, como el rol de la mujer (especifico de madre-criadora y ama de casa) y el del hombre (proveedor y cuidador), así como la diferencia en la instrucción y el nivel académico mayor para los varones. También la opinión y la aprobación social que veía como algo negativo e incluso a ser sancionado el embarazo fuera del matrimonio, pero también el embarazo tardío, el matrimonio tardío y sobretodo la soltería (después de cierta edad). Los usos y costumbres marcan en estas comunidades una línea recta de comportamiento para las mujeres, cuyo valor se recarga si no en su totalidad si en gran medida en su carácter reproductivo y su maternidad. (Sara Ruiz, 2001).
      ¿No intentamos marcar esta línea también en la sociedad urbana? No busco ofrecer una perspectiva pancultural, de hecho estas comunidades, si bien han ido “urbanizándose”, también han conservado una gran cantidad de tradiciones propias que no aplican en otros estratos sociales, sobre todo en los urbanos. Pero quisiera llamar la atención hacia algo que me parecen afinidades culturales.
La sociedad urbana, identifica el embarazo adolescente como una situación fuera de la norma, y si bien en términos estadísticos así es (INEGI, 2001), la respuesta a este embarazo “no planeado” por parte de los padres, madres y la familia de ambos, aún sigue una línea comportamental marcada por el “visto bueno” social, como primer efecto tenemos la recurrencia a llevar a término dicho embarazo, si bien han aumentado las cifras de interrupciones legales del embarazo, aun permea la idea de la “maternidad asumida”.
      Si retrocedemos un poco, tenemos dos líneas de presión social, en las que es mal visto, sobre todo en grupos sociales de referencia (amigos y/o escuela) el inicio tardío de la vida sexual en ambos sexos. Y por otro lado encontramos el rol de género, en el que comportamientos irresponsables son fomentados por el machismo, cuando se inicia la vida sexual, el uso de anticonceptivos se ve como un intento arcaico de libertad feminista y por ende es criticado, y la presión para tener relaciones sexuales, así como para que estas se den sin preservativos o anticonceptivos de por medio, son incluso señalizaciones de violencia en el noviazgo, por tanto encontramos una recurrencia alta en este sentido.
      Ahora, si avanzamos un poco, la línea social también marca un estilo de comportamiento para tener y cuidar del bebé, y para responsabilizarse por dicho embarazo. El hombre hoy en dia quizá ya no es bien visto si “deja” a una mujer embarazada, es decir, si luego de procrear con una mujer no contrae el compromiso social de su paternidad, ni económica ni emocionalmente. Pero aun así le está permitido, con escasa presión social. No solo sin un detrimento real en, por ejemplo, su imagen como hombre, sino con un acuerdo de conveniencia social, entendiendo los sacrificios que tendrá que hacer en su vida académica y en su vida social, como algo insostenible. Sin embargo la mujer, hoy en día no solo es criticada si decide “dejar” su embarazo o al producto de este, ya sea con métodos de adopción, interrupción legal del embarazo o maternidad compartida1; es estigmatizada, señalada por irresponsable si decide interrumpirlo o como inescrupulosa si decide darlo en adopción, se asume pues que con el embarazo llega para ella, el abandono de su vida social en gran medida, de su vida académica y el inicio de su obligación económica si es que no hay un padre responsable (agregado que incluso en las comunidades sociales no se presenta).

     En conclusión, el embarazo adolescente esta mitificado y más allá de obviar los planos de prevención hay que hacer hincapié en que seguirá ocurriendo, si bien disminuirá su prevalencia si dichas medidas van dando resultados. ¿Cómo le haremos frente a las excepciones? ¿Seguiremos fomentando el dogma comportamental en las chicas y los chicos que resultan embarazados? O pugnaremos no solamente por un sentido más justo en el respaldo de las responsabilidades y obligaciones que con la paternidad y la maternidad temprana se adquieren de parte de ambos progenitores. Podremos entonces dejar buscar generalizar las posibles respuestas ante tal eventualidad, la interrupción legal, la parentalidad distante, indiferente o compartida o la adopción sin estigmatizarlas. Dándole a cada una un contexto individual y distintivo, sin caer en los usos y costumbres de una comunidad que no somos, de una línea cultural que hoy en día se divide en muchas ramificaciones que han de ser tomadas en cuenta, si se busca evitar protocolizar la respuesta ante el embarazo adolescente.
  
      1.-  La maternidad compartida es una forma especial de crianza frecuente en nuestro medio en la cual las funciones maternas son compartidas entre la madre natural y otra mujer generalmente del círculo familiar y que suele ser la abuela, una tía o incluso la hermana mayor del niño. (García C. Emilia, 1992)
Referencias
         >  Ruiz Vallejo, Sara. (2001) El embarazo en la Adolescencia. Facultad de Psicologia de Jalpa, Revista SEPSY. Año 4 Num. 2. P.p. 31-38
         >  Instituto Nacional de Estadistica, Geografia e Informatica, (2001) Sistema de indicadores para el seguimiento de la Situacion de la Mujer en Mexico, SISESIM, Pag. Web.

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