(Principio de Competencia)
Por Cinthya Trejo y Fernado Arrieta
El análisis de todo individuo ofrece siempre nuevos problemas, inclusive para el analista de mayor experiencia. En cada paciente se enfrenta con dificultades que nunca vio antes, con actitudes difíciles de reconocer y aún más de explicar, con reacciones muy distantes de ser transparentes a primera vista. Semejante variedad en los casos no nos sorprenderá si recordamos la complejidad de la estructura del carácter neurótico, y si tomamos en consideración los múltiples factores implícitos. La diversidad de herencia y las diferentes experiencias que una persona ha sufrido en su vida, particularmente en su infancia, producen casi ilimitadas variantes en la combinación de los factores involucrados.
No obstante todas estas variaciones individuales, los conflictos básicos alrededor de los cuales se organiza una neurosis prácticamente son siempre los mismos, y por lo general también son similares a aquellos a los que está sometido todo individuo sano de nuestra cultura. Quizá sea banal insistir en la imposibilidad de establecer una distinción neta entre lo neurótico y lo normal, pero convendrá señalarlo una vez más, pues muchos lectores, ante los conflictos y las actitudes que observan en su propia experiencia, podrán preguntarse a sí mismos: «¿Soy neurótico o no?».
Habiendo reconocido así que los neuróticos de nuestra cultura se hallan dominados por los mismos conflictos subyacentes que, si bien en menor grado, sufre el individuo “no neurótico”, nuevamente nos encontramos ante la cuestión de ¿qué condiciones de nuestra cultura son responsables de que las neurosis estén centradas en torno a dichos conflictos y no a otros cualesquiera?
El principio de la competencia individual es el fundamento económico de la cultura moderna. El individuo aislado de un entorno de oportunidades justas o al menos igualitarias, debe luchar con otros individuos del mismo grupo, procurando superarlos y, muchas veces, apartarlos de su camino. La ventaja de unos suele significar la desventaja de otros, y como consecuencia psíquica de esta situación se establece una difusa tensión hostil entre los individuos. Cada uno es el competidor real o potencial de todos los demás, situación que claramente se manifiesta entre los miembros de un mismo grupo profesional, tengan o no inclinación a la decencia en sus actos, compitan abiertamente o lo disfracen con una amable deferencia hacia los otros. No obstante ha de destacarse que la competencia, y la hostilidad potencial que ésta encierra, saturan todas las relaciones humanas y constituyen, por cierto, factores predominantes en los contratos sociales. Dominan los vínculos entre hombre y hombre, entre mujer y mujer, y claro está entre mujer y hombre, y coartan profundamente la posibilidad de crear amistades o interacciones afectivas sólidas, sea su objeto la popularidad, la competencia, el don de gentes o cualquier otro valor social.
Perturban asimismo las relaciones románticas, no sólo en lo atinente a la elección de la pareja, sino en la lucha con ésta por alcanzar la superioridad. Saturan también la vida escolar, y lo que acaso sea de mayor significado, minan la situación familiar, de modo tal que, por lo común, se le inocula al niño este germen desde el comienzo mismo de su vida. La rivalidad entre padre e hijo, madre e hija y entre hermanos no es un fenómeno humano general, sino una respuesta a estímulos culturalmente condicionados. Uno de los relevantes méritos de Freud consiste en haber descubierto el papel de la rivalidad en Ia familia, expresándolo en su concepto del complejo de Edipo y otras hipótesis similares. Cabe agregar, empero, que esta rivalidad no se halla, a su vez, biológicamente condicionada; antes bien, deriva de circunstancias culturales determinadas, y, además, que no sólo la situación familiar es susceptible de desencadenar la rivalidad; pues asimismo los estímulos de competencia obran desde la cuna hasta la tumba.
Como primer factor desencadenante encontramos esta tendencia competitiva entre individuos. Que más que conscientes de su posición jerárquica, la sufren, la padecen y se compadecen de tenerla, arguyendo uno o muchos motivos, desde la inequidad (real) hasta el infortunio (pensamiento irreal). Lo cierto es que al final, su posición social, juega un papel cultural que se le escapa de las manos, está ahí, con un rango de movimiento limitado, sin mucho que a primera vista pueda hacer para escapar de su escalón social, o para evitar que alguien más quiera (o desee) lo que él tiene.
No vive tranquilo, no disfruta lo inescrutable de su rol en el mundo, y mucho menos deja de compadecerse de poder obtener lo que quiere (o desea). Y es ahí cuando un gran conjunto de desdichas se ciernen sobre el individuo, la neurosis hace su aparición como un resumen de su fracaso al intentar conseguir la realidad ideal que sus impulsos libidinales le plantearon y que hoy no solo se ve lejana, sino imposible.
Parte 1 de 3.
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