CULTURA Y NEUROSIS (1/3)

 (Principio de Competencia)

Por Cinthya Trejo y Fernado Arrieta
         El análisis de todo individuo ofrece siempre nuevos problemas, inclusive para el analista de mayor experiencia. En cada paciente se enfrenta con dificultades  que  nunca  vio  antes,  con  actitudes  difíciles  de  reconocer  y aún más de explicar, con reacciones muy distantes de ser transparentes a primera vista. Semejante variedad en los casos no nos sorprenderá si recordamos  la  complejidad  de  la  estructura  del  carácter  neurótico,  y  si  tomamos  en consideración los múltiples factores implícitos. La diversidad de herencia y  las  diferentes  experiencias  que  una  persona  ha  sufrido  en  su  vida, particularmente en su infancia, producen casi ilimitadas variantes en la combinación de los factores involucrados.
           No  obstante  todas  estas variaciones individuales, los conflictos básicos alrededor de los cuales se organiza una neurosis prácticamente son siempre los mismos,  y  por  lo general  también  son  similares  a  aquellos  a los que  está  sometido  todo individuo  sano  de  nuestra  cultura.  Quizá  sea  banal  insistir  en  la imposibilidad  de  establecer  una  distinción  neta  entre  lo  neurótico  y  lo normal, pero convendrá señalarlo una vez más, pues muchos lectores, ante los conflictos y las actitudes que observan en su propia experiencia, podrán preguntarse a sí mismos: «¿Soy neurótico    o no?».
       Habiendo reconocido así que los neuróticos de nuestra cultura se hallan dominados por los mismos conflictos subyacentes que, si bien en menor grado,  sufre  el  individuo  “no neurótico”,  nuevamente  nos  encontramos  ante  la cuestión de ¿qué condiciones de nuestra cultura son  responsables  de  que  las  neurosis  estén  centradas  en  torno  a  dichos conflictos y no a otros cualesquiera?




         El principio de la competencia individual es el fundamento económico de la cultura moderna. El individuo aislado de un entorno de oportunidades justas o al menos igualitarias, debe luchar con otros individuos del mismo grupo, procurando superarlos y, muchas veces, apartarlos de su camino. La ventaja de unos suele significar la desventaja de otros, y como  consecuencia  psíquica  de  esta  situación  se establece  una  difusa tensión  hostil  entre  los  individuos.  Cada  uno  es  el  competidor  real  o potencial  de  todos  los  demás,  situación  que  claramente  se  manifiesta entre   los   miembros   de   un   mismo   grupo   profesional,   tengan   o   no inclinación a la decencia en sus actos, compitan abiertamente o lo disfracen con una amable deferencia  hacia  los  otros.  No  obstante  ha  de  destacarse  que  la competencia,  y  la  hostilidad  potencial  que  ésta  encierra,  saturan  todas las relaciones humanas y constituyen, por cierto, factores predominantes en los contratos sociales. Dominan los vínculos entre hombre y hombre, entre  mujer  y  mujer, y claro está entre mujer y hombre,  y coartan  profundamente  la  posibilidad  de  crear amistades o interacciones afectivas sólidas, sea su objeto la popularidad, la competencia, el don de  gentes  o  cualquier  otro  valor  social.  

        Perturban asimismo las relaciones románticas, no sólo en lo atinente a  la  elección  de  la  pareja,  sino  en  la  lucha  con  ésta  por  alcanzar  la superioridad.  Saturan  también  la  vida  escolar,  y  lo  que  acaso  sea  de mayor significado, minan la situación familiar, de modo tal que, por lo común, se le inocula al niño este germen desde el comienzo mismo de su vida. La rivalidad entre padre e hijo, madre e hija y entre hermanos no es un   fenómeno   humano   general,   sino   una   respuesta   a   estímulos culturalmente  condicionados.  Uno  de  los  relevantes  méritos  de  Freud consiste  en  haber  descubierto  el  papel  de  la  rivalidad en Ia familia, expresándolo  en  su  concepto  del  complejo  de  Edipo  y  otras  hipótesis similares.  Cabe  agregar,  empero,  que  esta  rivalidad  no  se  halla,  a  su vez,  biológicamente  condicionada;  antes  bien,  deriva  de  circunstancias culturales determinadas, y, además, que no sólo la situación familiar es susceptible  de  desencadenar  la  rivalidad;  pues  asimismo  los  estímulos de competencia obran desde la cuna hasta la tumba.
          Como primer factor desencadenante encontramos esta tendencia competitiva entre individuos. Que más que conscientes de su posición jerárquica, la sufren, la padecen y se compadecen de tenerla, arguyendo uno o muchos motivos, desde la inequidad (real) hasta el infortunio (pensamiento irreal). Lo cierto es que al final, su posición social, juega un papel cultural que se le escapa de las manos, está ahí, con un rango de movimiento limitado, sin mucho que a primera vista pueda hacer para escapar de su escalón social, o para evitar que alguien más quiera (o desee) lo que él tiene.
No vive tranquilo, no disfruta lo inescrutable de su rol en el mundo, y mucho menos deja de compadecerse de poder obtener lo que quiere (o desea). Y es ahí cuando un gran conjunto de desdichas se ciernen sobre el individuo, la neurosis hace su aparición como un resumen de su fracaso al intentar conseguir la realidad ideal que sus impulsos libidinales le plantearon y que hoy no solo se ve lejana, sino imposible.
Parte 1 de 3.

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Sobre el Autor: FerAl65