(Principio de Competencia)
Por Cinthya Trejo y Fernado Arrieta
Por Cinthya Trejo y Fernado Arrieta
Cuando hablamos de neurosis, es importante considerar el factor social si no dentro de la génesis de la patología, si dentro del desarrollo de la misma. Como decíamos en la anterior entrada, la competencia a la que esta sujeto el individuo en la sociedad postmoderna, y la potencial tensión hostil entre los individuos constantemente engendra temor a la posible hostilidad de los demás, reforzado por el temor de que éstos se venguen de la propia hostilidad. Vivimos a la defensiva, y por si las dudas, atacaremos al primer indicio de amenaza.
Otra importante fuente del miedo en el individuo promedio es la perspectiva del fracaso; en efecto, el miedo al fracaso tiene carácter realista, pues en general las probabilidades de fracasar superan sobradamente a las de tener éxito, y en una sociedad competitiva los fracasos entrañan la frustración real de las necesidades personales, además de generar de a poco una especie de estigma social. No sólo implican reveses económicos, sino también pérdida de prestigio y toda suerte de frustraciones emocionales. Otro motivo por el cual el éxito es un fantasma tan seductor estriba en su repercusión sobre la autoestima. No son únicamente los demás quienes nos valoran de acuerdo con el grado de nuestro éxito, también nuestra propia autoestima se ajusta a idéntico patrón. De conformidad con las ideologías prevalecientes, los triunfos se deben a nuestros méritos intrínsecos o, en términos religiosos, representan signos visibles de la gracia de Dios; pero en verdad dependen de toda una serie de factores inaccesibles a nuestro dominio. No obstante, bajo la presión de la ideología imperante, hasta la persona más normal se ve constreñida a sentirse valiosa cuando tiene éxito, y a menospreciarse cuando fracasa. Sobra decir que esto constituye una base muy endeble para la autovaloración y la satisfacción del deseo neurótico en el individuo.
Tomados en conjunto todos estos factores -el sentido de competencia y su hostilidad potencial entre los semejantes, los temores, la disminución del autoaprecio, dan por resultado psicológico el sentimiento del aislamiento personal. Aunque el individuo tenga múltiples contactos con sus semejantes, aunque disfrute una feliz vida conyugal, en toda ocasión se hallará afectivamente aislado. El aislamiento emocional es difícil de soportar para cualquiera, pero se torna en una verdadera calamidad cuando coincide con aprensiones e incertidumbres respecto de sí mismo.
Es esta situación la que en el individuo de nuestro tiempo provoca una intensa necesidad de obtener cariño para aliviarse. La consecución de afecto le hace sentirse menos aislado, menos amenazado por la hostilidad y menos-incierto acerca de sí. En esta forma, el amor es sobrevalorado en nuestra cultura, pues responde en ella a una exigencia esencial, convirtiéndose en un verdadero fantasma -como el éxito- y lleva consigo la ilusión de que con él todos los problemas pueden resolverse. Intrínsecamente, el amor no es una ilusión -aunque en nuestra cultura casi siempre sea una pantalla para satisfacer deseos que en nada le atañen-, pero lo hemos transformado en una ilusión al aguardar de él mucho más de lo que acaso podría darnos. A su vez, el valor ideológico que prestamos al amor contribuye a encubrir los factores que engendran nuestra exagerada necesidad de obtenerlo. Tomando la búsqueda del amor, como una empresa que bien puede llevarnos toda la vida, que puede distraernos de otros intereses y que forma parte radical de la identidad de la persona. De este modo, el individuo se encuentra preso en el dilema de requerir apreciable cantidad de afecto y de tropezar con las más arduas dificultades al conseguirlo. Incluyendo ocasiones donde tendrá que competir por él, mermar la hostilidad propia o la del otro por obtener aunque sea agrado o estima, y fracasar más o menos estrepitosamente al intentarlo. Todo orientado a una percepción de éxito sociocultural que si carece de afecto, reconocimiento, poder sobre los otros, si se dio fácil o si no se puede mantener, se menosprecia hasta considerarse algo “superficial”.
Parte 2 de 3.
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