EDUCACIÓN SIN PREMIOS NI CASTIGOS

 

Cuando pensamos que en gran medida el desarrollo de una persona, su funcionamiento, sus capacidades y habilidades, incluso sus intereses y sus decisiones, la manera en la que comprende el mundo y como se adapta, dependen de la forma en la que ha sido educada, nos enfrentamos a una gran realidad, el tipo y calidad de educación tiene un impacto importante en la calidad de vida y el bienestar de todos.

Somos educados en un contexto sociocultural especifico, y lo que se nos enseña parte de los principios comunes que, en teoría, habrán de desarrollar nuestros potenciales y nos permitirán aprender a desempeñarnos plenamente.
Salvo circunstancias claramente patológicas, pareciera ser éste el fin último de toda educación, el problema en ocasiones es el cómo conseguir eso.




La madre y el padre, que se enfrentan ante la tarea de la educación muchas veces rigen esta actividad por cánones y clichés cuya efectividad no se basa en la experiencia o la evidencia, sino en la costumbre, la evidencia de hecho sugiere que, si bien son válidos y útiles, distan mucho de ser los más funcionales o infalibles.
Dos premisas que aborda la ponencia del video aquí adjuntado, manejan la idea de que la enseñanza y la educación dependen prácticamente de la autoridad como herramienta que ejecuta, encauza y consigue un correcto aprendizaje, y que al mismo tiempo quien lleva a cabo dicha enseñanza (quien ostenta la autoridad) tiene algún tipo de poder basado en su omnisciencia y uso de la razón superior.

Así, tenemos hijos que obedecen más que aprender, y que nos dan la razón por influencia y no por criterio. Frases arquetípicas como “porque lo digo yo”, “hazlo por tu propio bien”, “yo sé lo que te conviene”, “vas a ver cuando llegue tu papá”, “te castigo para que aprendas”. Solamente merman la línea de educación y enseñanza manteniendo preceptos que propician, entre otras cosas, malentendidos, frustraciones e incluso resentimientos entre padres e hijos.

La vida está estructurada en base a un sistema más o menos entendido de causa y efecto, distintas ciencias y disciplinas están justamente ahora intentando descifrar ese entramado. Sin embargo, es posible educar, como se plantea en el video, sin necesidad de recurrir a premios y castigos, y sobretodo sin un uso irracional e indiscriminado de la autoridad como herramienta.

Si queremos que nuestros hijos sean capaces de producir comportamientos adaptados y funcionales, ordenarles que hacer los llevara a ser una simple imitación de lo que se les ha dicho que son comportamientos adaptados y funcionales, con el riesgo que eso implica. ¿Alguien puede saber a ciencia cierta y en cada circunstancia cuales son dichos comportamientos?

Tenemos alguna idea, por la experiencia, como adultos y porque en efecto queremos lo mejor para ellos, sin embargo, no poseemos la verdad absoluta, es nuestra experiencia y nuestra perspectiva, no la de nuestros hijos. Y es ahí donde podemos apoyarles más, evitando que sólo reproduzcan lo que oyen y ven, de nosotros y de cualquiera, invitándolos a que produzcan esas adaptaciones y adecuaciones de acuerdo a las demandas del entorno, a su propia forma de entender la vida, a sus propias capacidades y a su propia personalidad.




Poner un estándar de comportamiento, decirles qué, cuándo y cómo hacer las cosas siempre será válido, pero las consecuencias buenas (premios) o malas (castigos) por hacerlo o no, provocaran en el niño una obediencia ciega, sin juicio, sin razón para ellos y difícil de mantener y ser producida en diferentes circunstancias de manera independiente, porque partirá del miedo y caerá en la evitación, en lugar de originarse a través de una motivación que genere asertividad y proactividad en ellos. ¿Siempre podremos estar ahí, a su lado, para decirles que hacer?
¿La educación implica castigarlos, amenazarlos y decirles que hacer?




Por el contrario, fomentar en ellos un sentido de causa y efecto lógico, en el que ellos comprendan y acepten la secuencia lógica que llevaran sus actos, sin que sientan que se les impone una verdad, fomentará en ellos la opción de elegir entre las distintas conclusiones que pueden tener sus actos. Generándoles un criterio que podrán implementar en situaciones similares, y en diferentes momentos. Se les crea así un aprendizaje, basado en un sistema de recompensas claro, pero personalizado, no social.
Dejamos poner ladrillos para crear cimientos.

Una postura firme, basada en el poder, en ocasiones opresora y basada en la idea de que como mayores, y como sus padres, lo sabemos todo, nos dará hijos modelo, literalmente reproducidos del molde original (inculcado también en nosotros en algún momento) y terminaríamos produciendo personas en serie, sin comprensión, pero aptos para obedecer, sin criterio, pero respondiendo siempre a amenazas y temores o a ambiciones y promesas. Hijos del sistema, no de sus padres.

Cuando se le promete un regalo o un premio por hacer lo correcto, el interés se enfocará en el beneficio que se recibe al hacerlo (sin dejar de ser visto como algo desagradable o indeseado). Cito el video, se percibe como un mal necesario. Cuando se les amenaza con un castigo, peor aún, la conducta será evitativa y el interés se enfocará en mantenerse lejos de esa sanción aversiva e incluso a salvo.
Nuestros hijos se adiestrarán, sin aprender.

En ambos casos las ganancias y beneficios inherentes a la acción, o los perjuicios y riesgos asociados a ella, pasan de largo a la “mirada” del pequeño, niño, niña o adolescente, porque si no importaron para el padre o madre, tampoco son relevantes para ellos. Basta con evitar las amenazas y conseguir las promesas. Cuando tenga que hacer lo mismo, o incluso algo mejor, será incapaz de hacerlo por el valor innato de la acción (buena o mala, correcta o incorrecta, funcional o no). Requerirá siempre de consecuencias implícitas.

Quizá trabajará, pero por dinero y no por vocación. Posiblemente será un buen ciudadano por miedo a la cárcel y no por rectitud moral. Y puede mostrar comportamientos que cumplan las expectativas sólo por miedo a la crítica o el desprecio de los demás, sin que de verdad quiera actuar así. Perderá libertad, con el riesgo de que llegue “alguien” más, con cierta autoridad, a adiestrarlo.

Enséñales para que aprendan.
Todo proceso de comprensión parte de la capacidad dela persona para entender las premisas y sus conclusiones. La regla número uno sería literalmente no subestimar a nuestros hijos solo por ser pequeños, pero tampoco esperar que comprendan ideas complejas, se les puede hablar en sus idiomas sin menospreciar su intelecto.

El sistema de motivación y sus respectivas líneas de acción, parten de la idea de la conveniencia. Siendo pequeños ya comprenden esta base, lo que les gusta o les disgusta, lo que quieren conseguir o lo que esperan que pase. Así, presentando ciertas conductas adaptativas, estudiar, ir a la escuela, limpiar su cuarto, tener respeto, dormir temprano, tener higiene, etc, obtendrán en pocos pasos resultados a su conveniencia basados en lo que disfrutan, conocer lugares, aprender cosas, encontrar fácilmente sus pertenencias, que se les trate bien, estar descansados o tener menos sueño, incluso ocupar mejor su tiempo, sentirse a gusto, seguros, saludables, etc.




Como padres solo tenemos que asociarles la conveniencia, o secuencia lógica de su acción al comportamiento que deseamos enseñarles.
Es fácil, no, claro que no, requiere tiempo, paciencia y conocimiento de nuestros hijos. Requiere que nosotros lo entendamos, e incluso lo corrijamos si es necesario en nosotros mismos, se necesita creatividad y algo de astucia, pero sobretodo, es importante mostrar interés, que nos importa y estar conscientes de que vale la pena.

Esa pequeña persona que estamos ayudando a forjar, que orientamos y apoyamos para que desarrolle todo su potencial, sea feliz y alcance todo su potencial, conseguirá mantenerse motivada, centrada y asertiva.
No ira a la escuela para evitar que le quitemos la consola o el celular, o para que le llevemos al cine o al parque, ira porque quiere aprender, superarse, conocer el mundo.

No tendrá higiene porque tiene que bañarse si quiere jugar, lo hará para sentirse saludable y tener tiempo de ocio o descanso.
Una persona motivada no obedece, ni requiere amenazas o promesas. Una persona con criterio propio, bien motivada, comprende la conveniencia y el resultado de sus acciones, e incluso puede elegir que, cuando y como actuar.

Claro está que en ocasiones esas elecciones serán, por decir lo menos, equivocadas, incluso irresponsables o arriesgadas. Como padres también nos corresponde actuar ahí, pero frente a ese conflicto, no habrá tiempo, oportunidad o entendimiento que alcance para enseñar, educar y generar un aprendizaje. Nos tendremos en contadas, muy contadas ocasiones que imponer, haremos uso de la autoridad jerárquica que nos confiere el rol parental e incluso teniendo que ser tajantes ordenaremos que hacer.

Pero esto no contradice la premisa, con autoridad no se educa. La autoridad en estos ejemplos, sirve de limite y de cuidado. Sirve de reflejo obvio y por experiencia como un freno a una actitud que implicaría demasiado riesgo como para dejar que se experimente con ella, o que se aprenda empíricamente.

Pero incluso ahí, habiendo puesto un cerco a la voluntad de nuestros hijos, después, ya a salvo, se merecen y nos merecemos una charla que adecue lo que tuvo que ser imprevisto y puntual. Que al final consiga que entiendan las implicaciones y las conveniencias, que al final, les eduque.








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Sobre el Autor: FerAl65