¿Cómo nos enamoramos?

Sabido es ya que, fisiológicamente, el enamoramiento es una respuesta bioquímica a nivel cerebral, en la que están inmiscuidos la activación del sistema endocrino, la dopamina y el funcionamiento hipotalámico. Pero ¿Cómo nos enamoramos?

Sin embargo, eso explica la atracción y el estado de enamoramiento, pero no por qué lo sentimos hacia unas personas y hacia otras no.

En primer lugar, el humano social ha desarrollado una inclinación por la monogamia que es poco natural en mamíferos, pero de la cual si hay ejemplos en el reino animal en general, algunos de los cuales, implican también a los primates.

Para estrategias de supervivencia es más funcional y a nivel de jerarquía social es importante tener al grupo estructurado en pequeños núcleos, familias.

Por otro lado, hay una predisposición psicofisiológica que fomenta que nos resulten atrayentes rasgos preestablecidos que son además interpretados inconscientemente como signos de salud y capacidad reproductiva.

Todo ello conjuga la base para que “nos llame la atención” alguien, pero llegamos aquí al elemento principal del tema, la elección de pareja a partir de los elementos psicológicos.

La búsqueda de un complemento

En esta línea, la influencia sociocultural, de nuestros grupos de referencia sociales, familia y amigos, pero incluso de películas, series, revistas, etc. Nos indican un modelo a seguir, lo que sería “un buen partido” y lo que no. Sin embargo, también el momento de nuestra vida en el que conocemos a esa persona juega un papel fundamental.

De tal manera que el estereotipo de la persona con aspiraciones y exitosa, puede atraernos por influencia social, pero en una etapa como la adolescencia, podría llamarnos más la atención alguien divertido y “despreocupado”.

Aunado a ello, la idea de no estar solos o solas, como premisa para “estar con alguien”, hace más difícil que encontremos ese complemento ideal; que cumpla con el precepto social, que se adapte a lo que necesitamos en cierto momento de nuestra vida, que desee estar con nosotros y que nos sintamos efectivamente “completos” con esa persona.

De ahí que sea importante, darnos un tiempo para analizar justo esos aspectos, qué nos hace sentido de los parámetros sociales y por qué, que necesito en este momento de mi vida y si lo necesitaré después o luego me será insuficiente, o demasiado.

Y, sobre todo, romper la idea de que la otra persona viene a complementar algo que individualmente no funciona bien y en pareja obtiene todo su potencial. Somos lo que somos con o si alguien, y eso, lo que somos, es lo primero que nos debe gustar y “llamar la atención”.

 

El desplazamiento del padre o de la madre

Por poco romántico que parezca, no podemos evitar mencionar los elementos inconscientes en la búsqueda de pareja. Crecimos viendo un modelo significativo de figuras masculinas y femeninas, como estas expresan su cariño hacia nosotros y entre ellas. Sin importar las condiciones familiares, estas figuras se plasman como una referencia en nuestro inconsciente.

De esta manera, cuando vemos algo que nos resulta “familiar”, la atracción y “afinidad” surge casi mágicamente; si bien no siempre son “daddy issues” o “mommy issues”, es importante filtrar y entender qué es aquello que me atrae de la otra persona. No es lo mismo que nos resulte reconfortante la manera en que nos escucha, porque lo vimos en casa, a que sintamos la necesidad de ser protegidos porque carecimos de ello de parte de nuestros padres.

Esta inercia es inconsciente y puede no ser simple de evitar, pero si podemos hacer un esfuerzo por comprenderla, entender esas carencias y saber que nadie vendrá a suplirlas por nosotros. Además de enfatizar constantemente las diferencias claras y marcadas que tendrá esa persona respecto a cualquiera de nuestras figuras representativas, y que la vuelven única.

 

El interés individualista o egoísta

Como dijimos en ocasiones, buscar un complemento desde una postura poco sana nos hará enamorarnos de aquello que necesitamos, y no de lo que nos agrada o queremos. Además, algunas carencias o inseguridades que podemos ir arrastrando pueden generar esa “atracción” por quién las suple.

Personas maduras que equilibran nuestra inmadurez, alguien hogareño que presentar a nuestros padres para que no pregunten si ya “sentaremos cabeza”, alguien atractivo con quién no compaginamos, pero es un bonito adorno, o alguien inteligente, aunque no nos atraiga físicamente pero, cómo le íbamos a dejar ir.

Y por último, la clara tendencia a estar con alguien por no estar solos o solas.

Este último punto, genera relaciones con muy bajo nivel de compromiso, claramente egoístas y que parecieran mandar el mensaje de confirmación: “miren como si soy capaz de estar con alguien”. Aunque frecuentemente sean relaciones muy a medias.

Si estamos con alguien que se entrega, pero para quien estamos poco dispuestos o temerosos de entregarnos; alguien que se esfuerce por estar con nosotros pero que no queremos “mover un pelo” para estar con esa persona. Ahí no es. Y sería buen momento para replantearnos si estamos listos para una relación, con todo lo que ello implica.

 

Elección defensiva

Quizá uno de los elementos más comunes con los que nos apoyamos para elegir pareja. Buscamos reguladores. Si soy una persona impulsiva, me encantará quien sea ecuánime, si me interesa una persona determinada quizá es porque compensa mi indecisión.

Si bien es grato tener a nuestro lado alguien que saque lo mejor de nosotros, o nos impulse a ser mejores. Esto se dará de manera natural y no es funcional que esa persona más que motivarnos, haga “el trabajo” por nosotros. Sobra decir que genera una codependencia enorme y dañina para ambos.

Cuando algo no nos gusta de nosotros, y ya lo notamos como para hacer algo, demos tiempo a pulirlo primero, no busquemos quien nos controle o regule, quien evite que renunciemos a los trabajos, o gastemos desmesuradamente, o nos alcoholicemos una pareja no es para eso, no puede ser nuestro escudo por gratificante y atrayente que parezca no es funcional, no al menos a largo plazo.

La afinidad

Se refiere a qué tanto nos identificamos con la otra persona, y en qué medida eso es reciproco. Es decir, la afinidad no necesariamente es tener los mismos gustos, sino disfrutar el interés de la otra persona por sus gustos al mismo tiempo que disfruta los míos y viceversa.

Desafortunadamente confundimos ser afines con ser parecidos o peor aún iguales. Es grato compartir gustos, pero compartir demasiado vuelve todo monótono demasiado rápido. Gustos, actividades, proyectos, planes a futuro, ideologías, costumbres, creencias, actitudes, personalidad, temores, alegrías, patologías. Es válido que sean un poco afines, sobretodo que sean afines en tolerancia, respeto y dinámica, no que sean iguales o semejantes un alto porcentaje, y menos todas ellas.

La idea es encontrar el gusto en la variedad, en aprender a apasionarnos por lo del otro, para que él o ella se apasionen también por lo nuestro, en enseñarle por qué nos gusta lo que nos gusta y porqué creemos lo que creemos, pero también permitir que nos enseñe a nosotros.

La afinidad ideal no existe, mucho menos la afinidad absoluta, la afinidad funcional permite suficientes puntos en común como para que sea grato estar con el otro, y de hecho se construye en gran medida con el tiempo.

Modelos y patrones repetidos

Parecido a la idea del complemento; nos regimos por la idea de cómo una relación debe ser, cómo se ha de comportar el hombre o la mujer, cómo ha de ser el cortejo, incluso cómo debe ser la sexualidad, cómo se han de seguir los pasos para la conformación de esa pareja, hijos, trabajo, patrimonio, etc.

Desafortunadamente esos modelos puedes convertirse en arcaicos, pueden partir de los deseos y expectativas ajenas más que de las propias y como en todos estos puntos, pueden hacernos elegir mal.

Escoger a una persona que trabaja y tiene grandes aspiraciones, o una mujer que quiere muchos hijos, puede ser más un modelo de generaciones anteriores que uno actual. Pero elegir a una persona con baja exigencia, que se incline por relaciones abiertas o con poco compromiso, aunque se adapte al modelo actual, puede no ser mucho “nuestro estilo”.

Y, por último, los patrones repetidos o replicados, nos pueden llevar a repetir las historias que ya vivimos y que podrían ayudarnos como referencia, pero nunca como experiencia.

Repetir el patrón de la persona ausente, de la persona violenta o controladora, porque lo aprendimos en casa, por ilógico que parezca sucede y es importante analizar el interés por ciertas personas. Y de igual manera, salir huyendo de una persona porque se “parece” en comportamiento o afectivamente a alguien (incluso parejas anteriores), replica el patrón que buscamos evitar, ya que al final lo que vivimos, termina delimitando y marcando nuestras elecciones.

 

Elementos psicopatológicos

Cuando claramente se tiene un padecimiento psicológico, es necesario extremar cuidado por la manera en la que diseñamos y aceptamos la atracción hacia otras personas. Una persona depresiva puede sentirse más cómoda hablando y siendo apoyada por otra persona con depresión, y así apoyarse mutuamente, pero también puede quien vaya más lento o este “más mal” jalar y empeorar a quién estaba mejorando.

De igual manera, cuando la elección es defensiva, la otra persona se convierte en un salvavidas de quien además de enamorarnos, ya no podemos prescindir, aunque sea necesario o incluso aunque nos trate mal o ya no nos ame. Si la otra persona tiene su propia patología, esto se puede volver reciproco y alimentar una relación dañina y codependiente, comúnmente asociada a violencia de pareja.

Nos encontramos también, con el temor patológico a estar solos o solas, que no parte del deseo de compañía sino del miedo al rechazo, lo que provoca que estemos con alguien por razones disfuncionales y dañinas que tienen que ver más con el afán de evitar la soledad que con el interés por tal o cual personal.

Por último, algunos de los elementos patológicos comunes y que se recomienda sean tratados individualmente antes de iniciar una relación de pareja son, necesidad neurótica de afecto, abuso de sustancias, narcisismo, temor al abandono, trastorno límite de la personalidad, problemas con la figura materna o paterna, ciclotimia y esquizofrenia.

 

 

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/05/160520_finde_cultura_por_que_enamoramos_historia_ac

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Sobre el Autor: FerAl65