MACHISMO EN LAS RELACIONES HOMOSEXUALES

 

Por Cinthya H. Trejo

¿Se puede hablar de la presencia de machismo dentro de la dinámica de las relaciones homosexuales?
Es común que cuando hablamos de machismo, en México hagamos imagen mental de un hombre siendo violento con una mujer. Incluso en la idea común de muchas personas aún se piensa que el machismo se da sólo cuando en una relación hay violencia física de por medio y que si esta no es de “riesgo», no pasa nada. En ocasiones se identifica al machismo como el mero control del género masculino sobre el femenino. Con clichés como el rol de la mujer en el hogar, o su deber de madre más que de profesionista. Y a otras conductas, también machistas, no se le considera como tal según varios criterios de la idiosincrasia general.
Pero en este término su definición va más allá de la magnitud de la violencia o de la creencia de exclusividad y superioridad de un género sobre el otro, entre muchas variables, tenemos que no es un problema enfocado, es decir que no sólo se puede ser machista contra las mujeres y no sólo pueden tener conductas machistas los hombres. 
La Real Academia Española (RAE) define al machismo como la actitud de prepotencia de los hombres respecto de las mujeres. Se trata de un conjunto de prácticas, comportamientos y dichos que resultan ofensivos contra el género femenino.
El machismo es un tipo de violencia que discrimina a la mujer como principal objetivo, sin embargo hoy en día también se da hacia y en relaciones homosexuales. También puede hablarse de machismo contra los denominados metrosexuales o todo aquel hombre cuya conducta exhibe alguna característica que suele estar asociada a la feminidad. 
El machismo es una construcción cultural basada en la historia de la evolución de la socialización de los roles de género, en esencia es un modo particular de concebir el rol masculino basado en el mito de la superioridad de los hombres. Engloba el conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias que justifican y promueven el mantenimiento de conductas percibidas tradicionalmente como heterosexuales masculinas y también incluye comportamientos discriminatorios contra las mujeres y hombres que no las practican.
Dinámica de pareja, como foco de comportamientos machistas.
En las parejas homosexuales así como las heterosexuales se juega un rol de parte de cada uno de los integrantes y por lo tanto de acuerdo al tipo de rol que cada uno adopta se podría dar entre esa relación una situación de machismo sin importar que sea una relación entre dos hombres o dos mujeres.
Son hombres o mujeres con una educación machista, independientemente de su preferencia sexual, que crecieron con frases donde se minimiza al “sexo débil” y que al momento de entablar una relación se colocan como superiores o inferiores. Es de este comportamiento, en el que se adoptan roles dominantes o pasivos, independientemente de la orientación sexual de la relación, de lo que depende en gran medida el hecho y la probabilidad latente de caer en esta gama de actitudes machistas hacia el miembro de la pareja que “decide” tomar de inicio el rol pasivo.
No olvidemos entonces que en parejas homosexuales también se pude dar violencia física, psicológica, económica, sexual, etc. Y que este comportamiento puede estar basado en la idea de que el hombre o lo masculino es superior a cualquier contraparte. Recordemos que no solo se reduce a agresiones físicas.
 
Conductas como el chantaje, los celos, el control sobre la pareja: celar amistades, alejar a la persona de la familia, amigos y trabajo. Reducir o controlar sus gastos, limitar su libre desarrollo, etc. Tendrán en su gran mayoría una base machista de represión hacia lo que salga de los cánones del comportamiento deseado o esperado en el otro, en quien juega el rol que no corresponda (o se perciba que no corresponde) a lo masculino.
Otras formas en las que tiende a presentarse este problema suelen ser la competencia por tener más parejas sexuales, quién tiene mejor posición social o económica e incluso quien tenga mejores atributos físicos. 
Todo esto no es normal, se basa en estereotipos de una figura dominante que se asocia, en parejas homosexuales y en parejas heterosexuales, a la figura masculina de igual modo, al «galán», al «héroe» o al «poderoso». Donde la opinión y voluntad de la pareja se ve disminuida o suprimida, basándose de igual modo en una figura pasiva que se asocia en ocasiones, al rol femenino. La «sumisa», la «pura y buena» y la que «no tiene opinión». 
Igual que sucede en los comportamientos machistas fuera de la relación heterosexual, estos son justificados, entendidos como parte de una dinámica establecida y fomentados por la idea de que forman parte del «status quo», o del «ser hombre».
 Conclusión
En general, la dinámica de una pareja con roles dominante-pasivo, y la asociación de uno de esos roles con lo “femenino” y el otro con lo “masculino” son la razón de que se presente el machismo en las relaciones de pareja sin importar si son homosexuales o heterosexuales. Ya que el machismo se ve como un conducta inherente a los roles que se juegan dentro de la pareja y se tiende a confundir con amor. El machismo encuentra cabida en el ajuste de un posicionamiento dominante y otro pasivo que pasa en la mayoría de las relaciones contemporáneas y que en muchas ocasiones resulta inevitable para los miembros, sobre todo cuando dichos roles son rígidos y toman (o retoman) argumentos y «estrategias» de la idea machista básica, para mantener el “funcionamiento de la pareja”.Ya que la flexibilidad en estas posiciones y el administrarlos dentro de una dinámica sana de la pareja (equitativa) no conlleva problemas serios.
Es importante reconocer los comportamientos machistas independientemente de en qué tipo de relación estamos, en cualquier constructo e interrelación social, identificar lo han dado en llamar micromachismos. Y permear cada vez más las ideas de igualdad y equidad que permitan que en cualquier comportamiento humano, nadie, ni por ser hombre o jugar un rol semejante ni por educación o «influencia social» se postre superior a ningún otro.
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LA DOBLE MORAL

Por Fernando Arrieta L.

 

Cuando hablamos de doble moral, en el sentido coloquial, sabemos que implica una contradicción marcada entre la actitud ante un comportamiento ajeno específico y la conducta propia, normalmente incurriendo en cometer justo lo que se critica. Para indagar más acerca de donde se origina dicho comportamiento, realizamos este análisis.

 

¿Por qué es tan común y a la vez tan compleja esta conducta?

 

Al observar el comportamiento del otro inevitablemente lo sometemos a un juicio, de función principalmente, de interacción y por ultimo de valor. Es decir, primero nos preguntamos ¿Por qué lo hace, que objetivo persigue y si lo logrará o no? Luego nos preguntamos ¿Cómo es que nos afecta o nos beneficia dicho comportamiento? si hemos de promoverlo o evitarlo. Y por último, si ese comportamiento es correcto respecto a nuestros estándares personales, experiencias propias y el «deber ser» o el «bien común» que tenemos más o menos estructurado. 

 

Ahora inviertan el orden en el que se enjuicia el comportamiento del otro, y tenemos la linea critica incoherente que da pie a la doble moral. Lo primero que ha de hacer la persona, es juzgar un comportamiento como «correcto» o «incorrecto» dependiendo del esquema de valores, usos y tradiciones propios. Pero hasta ahí estamos enfrentados únicamente a un comportamiento crítico, descalificativo y jerárquico, en el que se critica lo que nunca se haría. La doble moral entra en el siguiente apartado del enjuiciamiento, si alguien más lo hace ¿Por qué yo no? Si a él le conviene o lo puede hacer a “sus anchas”, aunque sea incorrecto ¿No puedo hacerlo yo también?

 

Existe un deseo en todos nosotros, inconsciente, de llevar a cabo aquello que no está permitido (sobre todo lo que no nos permitimos a nosotros mismos), ese punto de éxtasis liberal podría representar un punto tan hedónico que provoca rehusarse a «caer en la tentación». Así se ve en el comportamiento del otro y se identifica como negativo el cumplimiento «irresponsable» de un deseo reprimido por nuestros propios esquemas de comportamiento «adecuado o correcto», los mismos esquemas que de principio identificaron aquella conducta como impropia.

 

Es común encontrar que en personas “homofobas” haya una tendencia homosexual reprimida, que personas que criticaron por ejemplo la libertad sexual alcanzada en décadas anteriores, tuvieran problemas relacionados a la sexualidad, con la presencia de muchos complejos. Que aquel que critica la reacción impulsiva tienda a responder pasivamente o con cautela en ciertas circunstancias pero en otras tenga comportamientos incluso más impulsivos que los que descalifico en principio. Tenemos otro ejemplo claro en la predicación, que se identifica cuando los preceptos personales son llevados al «deber ser» del sentido común, tratando de orientar y delimitar la conducta colectiva para que siga la línea del bien o de lo correcto.

Sin embargo, como cualquier esquema moral individual, ha de caer en puntos críticos en cierta contradicción. Ejemplos claros, la pederastia en la iglesia, el racismo y la discriminación dentro de prácticamente cualquier grupo social, los programas sociales de empresas que no son responsables socialmente ni mucho menos en otros aspectos, así como la percepción colectiva de hacer el bien, que se reduce a la mínima expresión cuando el individuo se encuentra solo o por ejemplo únicamente con su familia. 
No siempre es igual
 
Si bien coloquialmente tenemos estos comportamientos identificados como de «doble moral», hay que aclarar que no todas las personas que rechazan o están en desacuerdo con la orientación sexual de otras personas son homosexuales, que no todos los que critican la impulsividad tenderán a presentarla. Y por otro lado, es importante saber que la doble moral no se recarga sobre un comportamiento contradictorio, sino sobre la percepción errónea de que un comportamiento debe ser descalificado en el otro y el comportamiento propio equivalente o simbólico, será permitido en el fuero personal.

 

Así por ejemplo, la persona “homofoba” hace explicita la «doble moral» cuando en su conducta refleja el deseo reprimido de la libertad de identidad y de vida sexual. Cuando alguien critica el comportamiento agresivo, pero no se comporta con agresividad, dicha moral contradictoria se presenta cuando esta agresividad permite un rango de movimiento más amplio, cuando la agresividad le consigue cosas o beneficios desde el desahogo hasta la respuesta sumisa de alguien más, y es ahí cuando no es criticada (cuando le “conviene”). Cuando una empresa, consigue estructurar un servicio social de por ejemplo, ayuda a los discapacitados, provee conveniencia que permea su imagen como una organización comprometida con su audiencia o clientela, pero descuida otras áreas en las que dicho compromiso se ve mermado ya que será quizá menos tangible o menos beneficioso.

 

De igual modo las personas no siempre actúan en base a este deseo reprimido de hacer lo que critican. En ocasiones simple y sencillamente es un modo de que la evaluación final, parezca comprometida con el bien común en cierta área. Por ejemplo, una persona puede mantener una firme convicción ante la crítica a la interrupción legal del embarazo que mencionamos en otra entrada, pero al final carece de la misma determinación para “rechazar” comportamientos en otras áreas menos comprometidas o menos esperadas por el grupo social de referencia, como por ejemplo, disminuir el comportamiento de maltrato infantil o hacia la mujer.
La doble moral 
 

 

En conclusión, las personas tendemos a proyectar nuestros deseos reprimidos en el otro, sobre todo cuando actúa como a nosotros no se nos está permitido actuar (aunque el limite lo establezcamos nosotros mismos).

 

Esta proyección da pie a la crítica incoherente en la que en realidad desearíamos poder hacer lo que aquel hace, y terminamos por caer victimas de nuestra incoherencia «cometiendo» una conducta que se asemeja a la que descalificamos en un principio, o que incluso es la misma. Otras veces, la crítica incoherente, da pie a la expresión de ese deseo reprimido con conductas opuestas pero igual o más inadecuadas o incorrectas, pero que nos «damos permiso» de hacer. Y por último, en ocasiones el deseo no se revela con tal intensidad, pero la culpa si, y el sujeto o las organizaciones sociales, “limpian” su imagen siguiendo el canon social de tachar y remarcar lo que no se debe hacer, sólo para compensar su fallo en otras áreas. Quien se equivoca, antes de intentar corregirse, intentará remarcar los errores de otros.

 

La doble moral es entonces una herramienta de comportamiento social, que da cabida a nuestros deseos reprimidos, a un comportamiento permisivo aunque incoherente y a la expiación de conductas que, de otro modo representarían una carga moral propia (culpa). Una moralidad con la que nos toparíamos diario, al despertarnos y que instintivamente casi, es preferible “echársela al otro”.





GRACIAS POR LEERNOS




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