LA DOBLE MORAL

Por Fernando Arrieta L.

 

Cuando hablamos de doble moral, en el sentido coloquial, sabemos que implica una contradicción marcada entre la actitud ante un comportamiento ajeno específico y la conducta propia, normalmente incurriendo en cometer justo lo que se critica. Para indagar más acerca de donde se origina dicho comportamiento, realizamos este análisis.

 

¿Por qué es tan común y a la vez tan compleja esta conducta?

 

Al observar el comportamiento del otro inevitablemente lo sometemos a un juicio, de función principalmente, de interacción y por ultimo de valor. Es decir, primero nos preguntamos ¿Por qué lo hace, que objetivo persigue y si lo logrará o no? Luego nos preguntamos ¿Cómo es que nos afecta o nos beneficia dicho comportamiento? si hemos de promoverlo o evitarlo. Y por último, si ese comportamiento es correcto respecto a nuestros estándares personales, experiencias propias y el «deber ser» o el «bien común» que tenemos más o menos estructurado. 

 

Ahora inviertan el orden en el que se enjuicia el comportamiento del otro, y tenemos la linea critica incoherente que da pie a la doble moral. Lo primero que ha de hacer la persona, es juzgar un comportamiento como «correcto» o «incorrecto» dependiendo del esquema de valores, usos y tradiciones propios. Pero hasta ahí estamos enfrentados únicamente a un comportamiento crítico, descalificativo y jerárquico, en el que se critica lo que nunca se haría. La doble moral entra en el siguiente apartado del enjuiciamiento, si alguien más lo hace ¿Por qué yo no? Si a él le conviene o lo puede hacer a “sus anchas”, aunque sea incorrecto ¿No puedo hacerlo yo también?

 

Existe un deseo en todos nosotros, inconsciente, de llevar a cabo aquello que no está permitido (sobre todo lo que no nos permitimos a nosotros mismos), ese punto de éxtasis liberal podría representar un punto tan hedónico que provoca rehusarse a «caer en la tentación». Así se ve en el comportamiento del otro y se identifica como negativo el cumplimiento «irresponsable» de un deseo reprimido por nuestros propios esquemas de comportamiento «adecuado o correcto», los mismos esquemas que de principio identificaron aquella conducta como impropia.

 

Es común encontrar que en personas “homofobas” haya una tendencia homosexual reprimida, que personas que criticaron por ejemplo la libertad sexual alcanzada en décadas anteriores, tuvieran problemas relacionados a la sexualidad, con la presencia de muchos complejos. Que aquel que critica la reacción impulsiva tienda a responder pasivamente o con cautela en ciertas circunstancias pero en otras tenga comportamientos incluso más impulsivos que los que descalifico en principio. Tenemos otro ejemplo claro en la predicación, que se identifica cuando los preceptos personales son llevados al «deber ser» del sentido común, tratando de orientar y delimitar la conducta colectiva para que siga la línea del bien o de lo correcto.

Sin embargo, como cualquier esquema moral individual, ha de caer en puntos críticos en cierta contradicción. Ejemplos claros, la pederastia en la iglesia, el racismo y la discriminación dentro de prácticamente cualquier grupo social, los programas sociales de empresas que no son responsables socialmente ni mucho menos en otros aspectos, así como la percepción colectiva de hacer el bien, que se reduce a la mínima expresión cuando el individuo se encuentra solo o por ejemplo únicamente con su familia. 
No siempre es igual
 
Si bien coloquialmente tenemos estos comportamientos identificados como de «doble moral», hay que aclarar que no todas las personas que rechazan o están en desacuerdo con la orientación sexual de otras personas son homosexuales, que no todos los que critican la impulsividad tenderán a presentarla. Y por otro lado, es importante saber que la doble moral no se recarga sobre un comportamiento contradictorio, sino sobre la percepción errónea de que un comportamiento debe ser descalificado en el otro y el comportamiento propio equivalente o simbólico, será permitido en el fuero personal.

 

Así por ejemplo, la persona “homofoba” hace explicita la «doble moral» cuando en su conducta refleja el deseo reprimido de la libertad de identidad y de vida sexual. Cuando alguien critica el comportamiento agresivo, pero no se comporta con agresividad, dicha moral contradictoria se presenta cuando esta agresividad permite un rango de movimiento más amplio, cuando la agresividad le consigue cosas o beneficios desde el desahogo hasta la respuesta sumisa de alguien más, y es ahí cuando no es criticada (cuando le “conviene”). Cuando una empresa, consigue estructurar un servicio social de por ejemplo, ayuda a los discapacitados, provee conveniencia que permea su imagen como una organización comprometida con su audiencia o clientela, pero descuida otras áreas en las que dicho compromiso se ve mermado ya que será quizá menos tangible o menos beneficioso.

 

De igual modo las personas no siempre actúan en base a este deseo reprimido de hacer lo que critican. En ocasiones simple y sencillamente es un modo de que la evaluación final, parezca comprometida con el bien común en cierta área. Por ejemplo, una persona puede mantener una firme convicción ante la crítica a la interrupción legal del embarazo que mencionamos en otra entrada, pero al final carece de la misma determinación para “rechazar” comportamientos en otras áreas menos comprometidas o menos esperadas por el grupo social de referencia, como por ejemplo, disminuir el comportamiento de maltrato infantil o hacia la mujer.
La doble moral 
 

 

En conclusión, las personas tendemos a proyectar nuestros deseos reprimidos en el otro, sobre todo cuando actúa como a nosotros no se nos está permitido actuar (aunque el limite lo establezcamos nosotros mismos).

 

Esta proyección da pie a la crítica incoherente en la que en realidad desearíamos poder hacer lo que aquel hace, y terminamos por caer victimas de nuestra incoherencia «cometiendo» una conducta que se asemeja a la que descalificamos en un principio, o que incluso es la misma. Otras veces, la crítica incoherente, da pie a la expresión de ese deseo reprimido con conductas opuestas pero igual o más inadecuadas o incorrectas, pero que nos «damos permiso» de hacer. Y por último, en ocasiones el deseo no se revela con tal intensidad, pero la culpa si, y el sujeto o las organizaciones sociales, “limpian” su imagen siguiendo el canon social de tachar y remarcar lo que no se debe hacer, sólo para compensar su fallo en otras áreas. Quien se equivoca, antes de intentar corregirse, intentará remarcar los errores de otros.

 

La doble moral es entonces una herramienta de comportamiento social, que da cabida a nuestros deseos reprimidos, a un comportamiento permisivo aunque incoherente y a la expiación de conductas que, de otro modo representarían una carga moral propia (culpa). Una moralidad con la que nos toparíamos diario, al despertarnos y que instintivamente casi, es preferible “echársela al otro”.





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SEXUALIDAD EN LA NECESIDAD NEURÓTICA DE AFECTO

EL PAPEL DE LA SEXUALIDAD EN LA NECESIDAD NEURÓTICA DE AFECTO
Por Fernando Arrieta L.

 

Dentro de lo que podemos hablar que aporta la autora en este sentido, cabe resaltar la diferencia básica que plantea entre la importancia que Freud le da a la sexualidad en cuanto a motor que impulsa la búsqueda de afecto patológico, y la que de verdad tiene.
Principalmente la autora nos plantea que no se puede asegurar que en todas las ocasiones sea una libido insatisfecha la que alimente la necesidad de afecto en el neurótico, y viceversa, no siempre que se presente en un neurótico la búsqueda patológica de afecto esta se verá desligada por completo de la libido sexual, o más específicamente de la satisfacción o insatisfacción de la misma. Dicho de otro modo lo que nos proporciona la autora es la capacidad de discernir cuando está presente un componente libidinal en la necesidad neurótica que provoca la búsqueda de afecto, y cuando es esta misma necesidad la que provoca un componente hipo o hipersexual; y de hecho, a saber, cuando se presenta la necesidad neurótica de afecto sin ningún componente relacionado a la sexualidad, y cuando, en términos normales se ha de presentar la sexualidad individual desligada de cualquier atisbo de conducta neurótica por parte del sujeto.
Según el mecanismo dinámico de la neurosis que nos plantea el libro, puede la angustia generar la suficiente hostilidad como para que o el sujeto tienda a conseguir a través de la sexualidad el planteamiento de sus relaciones personales y tal vez, conseguir cariño. O puede la realidad sexual, o la dinámica de su sexualidad, provocar suficiente angustia como para generar en la persona la hostilidad necesaria para sentirse “necesitado” de afecto, y ya sea reforzar esta búsqueda con su sexualidad o creer que es a través de ella que busca el afecto.
Finalmente y me parece que un punto importante sería resaltar el hecho de que sin importar el orden, si es la búsqueda neurótica de afecto la que genera las características de comportamiento sexual, o si es el comportamiento sexual y sus cualidades las que generan y plantean el panorama para crear una necesidad patológica de afecto; lo trascendente es identificar la presencia o ausencia de conductas neuróticas ligadas cercana o distantemente a la conducta sexual.
También cabe destacar que los elementos neuróticos pueden verse reflejados en conductas que le den al terapeuta indicios para la designación de la presencia o no de características neuróticas en la conducta sexual del sujeto. La presencia de fantasías o comentarios más o menos erotizados dentro de la terapia podrían estar relacionados al despertar de la necesidad de afecto que se reclama al terapeuta por parte del paciente, nuevamente cabria identificar un componente neurótico en, por ejemplo, un deseo sexual reflejado en los sueños por parte de un paciente hacia su terapeuta del mismo sexo, sin confundirlo con tendencias identificadas homosexuales.
Por último, la autora nos habla  de tres grupos de individuos, en el primero de ellos, las personas que lo conforman se sienten inseguras, desprotegidas y descentradas cuando no tienen relaciones eróticas y no ven cercana la posibilidad de tenerlas. En el segundo, las personas son mas inhibidas y de verdad poseen escasas relaciones, pero tienen la necesidad de irradiar una atmosfera de intenso erotismo entre ellos y los demás como una defensa. Y finalmente el tercer grupo conformado por individuos en los que se presentan inhibiciones sexuales, pero que compensan con una enorme excitación sexual y compulsiones ligadas a generalizar en las demás personas los focos de su deseo sexual.





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