LA SOCIEDAD Y EL PEZ BETTA

 

¿SE ASEMEJA LA RESPUESTA HUMANA A LA DEL PEZ BETTA?

Hace tiempo, en una de las prácticas de laboratorio que desarrolle mientras estudiaba la carrera de Psicología. Para la clase de Motivación y Emoción, nos pidieron trabajar con un Pez Betta.
El objetivo era entender la cadena de estímulos que llevaban a una conducta en específico, buscando a la postre modelos de condicionamiento. Pues bien, el pez betta tiende a reaccionar de manera agresiva ante la presencia de otro pez betta, fuera de eso es un pez que nada plácidamente. La cadena conductual genera que este estimulo ambiental (elicitante) produzca una conducta que si bien es instintiva y adaptativa, sale del contexto de conductas comunes en el pez, es decir es una conducta refleja.
Los seres humanos no hemos demostrado una manera muy distinta de comportarnos, si bien es más compleja, sigue los mismos principios.
Ante una modificación en el entorno, desarrollamos una conducta que se adapte, pero, al no poder prever los cambios que se avecinen ni de qué tipo serán, manejamos conductas reflejas que nos permiten tener un bagaje a disposición para adaptarnos más rápido.
Los estímulos, a través del ambiente, y entre conductas reflejas y voluntarias, modelan, dirigen y en gran medida producen la conducta de los organismos que habitan en dicho entorno ambiental.
Existe otro fenómeno, que ocurre cuando el otro pez betta, tiene exactamente la misma reacción que el primero, se conoce como retroalimentación. De este modo podemos hablar de movimientos «forzados» (taxias y quinesias) que ha de presentar el organismo.
Nuevamente recalcando las complejidades entre este ejemplo y el del ser humano, hemos de observar que la retroalimentación a la conducta presentada es también un reforzador que ha de propiciar o amainar la presencia en posteriores ocasiones de la respuesta que se dio ante el estímulo elicitante.
¿Somos los humanos, ante las crisis, de comportamientos muy distintos a los de los peces betta? En principio. Sin embargo hay semejanzas que vale la pena puntualizar.
La cuestión es que estamos acostumbrados, si bien no tanto como individuos sino como masa, a responder a los cambios en el entorno de manera refleja. Y ante la posterior adaptación terminamos obteniendo más o menos buenos resultados. Veamos como ejemplo las guerras mundiales, son pocos los países que argumentan que «deseaban» pelear la guerra, sea la primera o la segunda, y muchos defenderán su postura diciendo que «se les forzó a entrar en el conflicto» por un movimiento de tal o cual país.
Si el lector considera que estas fueron decisiones políticas no está equivocado, pero es preciso recordar el entusiasmo con que se apoyaba la propaganda bélica en las dos potencias de ambos ejes.
Afortunadamente tenemos también el ejemplo del lado positivo, pero que no por eso deja de ser un condicionamiento motivado por estímulos elicitantes que tiene como fin principal conseguir nuestra adaptación.
Cuando ocurre un desastre natural, y en ocasiones SOLO SI, ocurre dicho evento. Las sociedades se unen, apoyando a los damnificados y víctimas del sismo, huracán, inundación, etc.

 

El cambio en el entorno repentino es un estímulo (elicitante) que pareciera explicar el porqué de la respuesta inmediata (refleja) de altruismo. Mientras que fenómenos como la habituación, generan una concientización paulatina que no ha permitido respuestas semejantes ni proporcionales, ante problemas como la hambruna o la pobreza. Reitero no a nivel individuo sino a nivel sociedad.
Tenemos entonces dos elementos que deseo resaltar, en primer lugar el estímulo elicitante ha de ser espontaneo, evidente y en ocasiones radical. Y en segundo lugar, la motivación para tal o cual conducta que de él emerge ha de ser proporcional a su magnitud, en por ejemplo, intensidad, duración o alcance. Esta lógica ha permitido mantener sociedades «a raya» porque existe un factor desencadenante pero coherente entre las crisis que atraviesan y las respuestas que generan para salir de ellas. Y aquí hago énfasis ya que son contados los ejemplos en que las respuestas van encaminadas a evitar crisis, normalmente con salir de ella se considera una respuesta más que suficiente, salimos airosos de un charco en el que tropezamos solo para caer en el que se encuentra más adelante.
Comparando, de nuevo con reservas, el pez betta solo busca definir su posición ante el adversario, que es curiosamente, de su misma especie y a veces de su mismo color incluso. Sin mirar más allá, le agrede intentando alejarle, y si lo consigue, de momento «la tormenta» ya paso. Pero el otro pez betta casi absurdamente, ha de intentar lo mismo, manteniendo así la conducta en un estado cíclico de estímulos y respuestas que les estanca. Hasta que alguno cede.
Es aquí donde entra el ejemplo más común, porque las sociedades parecen ser «provocadas» por sus gobiernos o por los ajenos, con estímulos elicitantes que les forzarán a actuar (crisis), y porque las respuestas que se dan a dichas crisis parecieran estancar más la situación. Podemos entenderlo así, la sociedad ha de responder por reflejo (repentina y proporcionalmente) cuando perciba una cierta inestabilidad, buscando naturalmente adaptarse, sin embargo su gobierno o el extranjero, planteado y encapsulado por y para la sociedad también ha de generar una respuesta de igual magnitud buscando de igual manera adaptarse (retroalimenta la conducta social). Y este no es el final del ciclo, al contrario, es el inicio, ya que de nuevo la sociedad responderá ante la retroalimentación, y luego vendrá una respuesta del gobierno y así sucesivamente.
Cierro con estas dos conclusiones. Podemos entonces asegurar que no es la conducta del gobierno la que genera las respuestas que se han dado. No, ya que de cierto modo las acciones o inacciones del gobierno conforman una lista de estímulos elicitantes, motivadores de un sin fin de conductas. ¿Y ahora la pregunta que recae en nosotros, podemos asegurar que no estamos respondiendo a la retroalimentación del gobierno en vez de seguir la línea de acción inicial? Considero que la respuesta también es no, hemos caído en un juego, y solo habrá un vencedor. No respondemos al primer estimulo elicitante, sino a la retroalimentación que vemos. No nos estamos adaptando a la crisis si no a las respuestas más o menos adaptativas que el otro (el gobierno) da ante la crisis. He de aclarar que el porcentaje de éxito de los peces beta es mínimo. Y quiero pensar que el de la sociedad seguirá el mismo camino.

 

Si mantenemos la línea que nos estimula y nos motiva a reaccionar como meros actos reflejos para adaptarnos, como meras respuestas condicionadas ante las crisis, hemos de terminar respondiendo ante nuevos y cada vez más complejos métodos de retroalimentación. La sociedad perdería el «camino» que guió como origen el reclamo, la movilización o la acción civil.
Podemos plantear que quiza hay más miembros de la sociedad capaces de identificar sus propias motivaciones, de buscar su propia adaptación sin esperar a que el gobierno responda para ver con qué cara despertamos mañana.
Quiero creer, quizá por un momento solamente, que no somos solo como los peces beta, respondiendo por instinto.

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El embarazo adolescente en la sociedad urbana.

 ¿Estamos haciendo del embarazo adolescente un protocolo social? 

Por Fernando A. L.
     El embarazo adolescente en, por ejemplo, comunidades rurales en México, se encuentra permeado por las líneas de comportamiento tradicionales y de usos y costumbres, además de que hasta hace poco tiempo (1999) el desarrollo en la vida de una mujer y de un hombre en estas comunidades saltaba de la pubertad a la vida conyugal, el establecimiento de la jerarquía mayor o menor de las mujeres dentro del grupo dependiendo de su maternidad hacía que el ser madre fuera un proceso casi deseable, si no es que inevitable. Comenzaban a integrarse rasgos sociales muy específicos, como el rol de la mujer (especifico de madre-criadora y ama de casa) y el del hombre (proveedor y cuidador), así como la diferencia en la instrucción y el nivel académico mayor para los varones. También la opinión y la aprobación social que veía como algo negativo e incluso a ser sancionado el embarazo fuera del matrimonio, pero también el embarazo tardío, el matrimonio tardío y sobretodo la soltería (después de cierta edad). Los usos y costumbres marcan en estas comunidades una línea recta de comportamiento para las mujeres, cuyo valor se recarga si no en su totalidad si en gran medida en su carácter reproductivo y su maternidad. (Sara Ruiz, 2001).
      ¿No intentamos marcar esta línea también en la sociedad urbana? No busco ofrecer una perspectiva pancultural, de hecho estas comunidades, si bien han ido “urbanizándose”, también han conservado una gran cantidad de tradiciones propias que no aplican en otros estratos sociales, sobre todo en los urbanos. Pero quisiera llamar la atención hacia algo que me parecen afinidades culturales.
La sociedad urbana, identifica el embarazo adolescente como una situación fuera de la norma, y si bien en términos estadísticos así es (INEGI, 2001), la respuesta a este embarazo “no planeado” por parte de los padres, madres y la familia de ambos, aún sigue una línea comportamental marcada por el “visto bueno” social, como primer efecto tenemos la recurrencia a llevar a término dicho embarazo, si bien han aumentado las cifras de interrupciones legales del embarazo, aun permea la idea de la “maternidad asumida”.
      Si retrocedemos un poco, tenemos dos líneas de presión social, en las que es mal visto, sobre todo en grupos sociales de referencia (amigos y/o escuela) el inicio tardío de la vida sexual en ambos sexos. Y por otro lado encontramos el rol de género, en el que comportamientos irresponsables son fomentados por el machismo, cuando se inicia la vida sexual, el uso de anticonceptivos se ve como un intento arcaico de libertad feminista y por ende es criticado, y la presión para tener relaciones sexuales, así como para que estas se den sin preservativos o anticonceptivos de por medio, son incluso señalizaciones de violencia en el noviazgo, por tanto encontramos una recurrencia alta en este sentido.
      Ahora, si avanzamos un poco, la línea social también marca un estilo de comportamiento para tener y cuidar del bebé, y para responsabilizarse por dicho embarazo. El hombre hoy en dia quizá ya no es bien visto si “deja” a una mujer embarazada, es decir, si luego de procrear con una mujer no contrae el compromiso social de su paternidad, ni económica ni emocionalmente. Pero aun así le está permitido, con escasa presión social. No solo sin un detrimento real en, por ejemplo, su imagen como hombre, sino con un acuerdo de conveniencia social, entendiendo los sacrificios que tendrá que hacer en su vida académica y en su vida social, como algo insostenible. Sin embargo la mujer, hoy en día no solo es criticada si decide “dejar” su embarazo o al producto de este, ya sea con métodos de adopción, interrupción legal del embarazo o maternidad compartida1; es estigmatizada, señalada por irresponsable si decide interrumpirlo o como inescrupulosa si decide darlo en adopción, se asume pues que con el embarazo llega para ella, el abandono de su vida social en gran medida, de su vida académica y el inicio de su obligación económica si es que no hay un padre responsable (agregado que incluso en las comunidades sociales no se presenta).

     En conclusión, el embarazo adolescente esta mitificado y más allá de obviar los planos de prevención hay que hacer hincapié en que seguirá ocurriendo, si bien disminuirá su prevalencia si dichas medidas van dando resultados. ¿Cómo le haremos frente a las excepciones? ¿Seguiremos fomentando el dogma comportamental en las chicas y los chicos que resultan embarazados? O pugnaremos no solamente por un sentido más justo en el respaldo de las responsabilidades y obligaciones que con la paternidad y la maternidad temprana se adquieren de parte de ambos progenitores. Podremos entonces dejar buscar generalizar las posibles respuestas ante tal eventualidad, la interrupción legal, la parentalidad distante, indiferente o compartida o la adopción sin estigmatizarlas. Dándole a cada una un contexto individual y distintivo, sin caer en los usos y costumbres de una comunidad que no somos, de una línea cultural que hoy en día se divide en muchas ramificaciones que han de ser tomadas en cuenta, si se busca evitar protocolizar la respuesta ante el embarazo adolescente.
  
      1.-  La maternidad compartida es una forma especial de crianza frecuente en nuestro medio en la cual las funciones maternas son compartidas entre la madre natural y otra mujer generalmente del círculo familiar y que suele ser la abuela, una tía o incluso la hermana mayor del niño. (García C. Emilia, 1992)
Referencias
         >  Ruiz Vallejo, Sara. (2001) El embarazo en la Adolescencia. Facultad de Psicologia de Jalpa, Revista SEPSY. Año 4 Num. 2. P.p. 31-38
         >  Instituto Nacional de Estadistica, Geografia e Informatica, (2001) Sistema de indicadores para el seguimiento de la Situacion de la Mujer en Mexico, SISESIM, Pag. Web.

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